Tal como menciona Doug Gross en su excelente artículo en CNN: Los
smartphones han acabado con el aburrimiento.
Si estás formado en una fila para comprar los boletos del cine,
esperando tu café en Starbucks o recogiendo tu equipaje en el aeropuerto, es muy
probable que veas a un buen número de personas con la vista clavada en las
pequeñas pantallas de sus teléfonos celulares.
¿Eso es bueno?
Probablemente no. Con las capacidades de los actuales teléfonos
celulares (¡y las que nos esperan!), en vez de simplemente esperar, pensar,
divagar un rato, mirar a nuestro alrededor, podemos escuchar música, ver un
video, enviar un mensaje de texto, revisar las fotos que tenemos almacenadas o
navegar por nuestra red social favorita en todo momento.
Esto, argumenta Gross, disminuye la creatividad, nos provoca
ansiedad si no tenemos conexión a internet o la batería del teléfono está baja
y, en el peor de los casos, nos da la sensación de estar perdiendo el tiempo
cuando podríamos estar haciendo “algo productivo”, aunque productivo es
un término que me cuesta trabajo aplicar al hecho de revisar nuestro timeline de
Facebook.
Cada vez más, vemos a grupos de jóvenes reunidos físicamente
pero cada uno de ellos haciendo algo en su smartphone y no conversando,
gastándose bromas el uno al otro, jugando un juego de mesa o practicando algún
deporte como en los viejos tiempos.
Honestamente, no veo cómo pueda darse marcha atrás a este
fenómeno, cuando estos aparatos se van volviendo cada vez más poderosos, con
mayores posibilidades de entretenimiento y van sustituyendo poco a poco la
interacción social en el mundo real, o simplemente nos alejan del simple placer
de soñar despiertos, de imaginar, de echar a volar nuestra creatividad.
Otros argumentan lo contrario: Que pasar más tiempo conectados
nos llena de conocimientos e ideas, refuerza lazos de amistad y, al mismo
tiempo, nos da la oportunidad de aprovechar cada minuto de nuestro tiempo.
¿Quién tendrá la razón? El tiempo lo dirá.
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